Las moscas y el tiempo

08.05.2019 - by admin

Dicen que el tiempo pasa más despacio cuando somos más jóvenes y parece que la razón tiene que ver con por qué es tan difícil atrapar a una mosca con la mano.

Todo radica en dos factores: la frecuencia con la que mandamos información visual al cerebro y la complejidad del camino neuronal que tiene que recorrer hasta los centros de decisión de éste. A diferencia de los mayores, cuyos movimientos sacádicos son más lentos por el envejecimiento muscular y sus redes neuronales más pobladas, el joven se aburre de procesar la misma o muy parecida información de lo que sucede en su entorno tan frecuentemente que le parece que “nunca pasa nada”. Las moscas por su parte, registran visualmente los 360 grados de su entorno varios centenares de veces por segundo por lo que captan nuestros movimientos más sutiles de forma que anticipan perfectamente la trayectoria de nuestros golpes y responden de forma inmediata, como si leyeran nuestra mente.

Lo que nos enseña la fisiología con estos dos ejemplos tiene aplicaciones en nuestras organizaciones. La información es clave para adaptarse al entorno y debemos dotarnos de sensores que midan con frecuencia lo que está sucediendo con nuestros clientes, nuestra competencia y la cultura en la que actuamos. Pero debemos emplear criterios, ya sea en forma de algoritmos o de sistemas basados en personas (o mejor aun de personas potenciadas por el uso crítico de algoritmos), para detectar e interpretar los cambios verdaderamente relevantes a riesgo de saturarnos de información.

Debemos dar respuesta a varias preguntas: ¿Cómo leer las señales débiles?¿Cómo filtrar, entre la abundancia de datos disponibles, los que significan algo para nuestro futuro? ¿Cómo evaluar la información elaborada a partir de datos que no son directamente verificables por nosotros y nos exponen a las fake news?

Las respuestas no son sencillas, pero pasan necesariamente por la adopción de una mentalidad estratégica compartida a lo largo de la organización. Si tomamos como ejemplo a Jeff Bezos y Amazon, podemos ver que la consistencia en los objetivos a largo plazo es importante, pero la coherencia llevada al extremo, la necesidad de no entrar en contradicción en ningún punto con nuestro pasado es muy limitante a la hora de elegir los caminos que nos llevaran a ellos.

Uno de los puntos clave de la competitividad es asumir que las soluciones no son permanentes.

Los problemas cambian de forma. De hecho, en cuanto empezamos a resolverlos ya se están transformando en algo ligeramente distinto. Las tecnologías disponibles o los cambios culturales pueden dejar obsoleta una solución antes incluso de que hayamos recuperado la inversión o que el mercado la haya adoptado de una forma amplia. En esos momentos debemos tener especial cuidado para no enamorarnos de nuestras propias ideas y tener claros los criterios bajo los cuáles es necesario cambiar o qué partes de la solución ya no se adaptan al mercado para movernos con rapidez.

De hecho – como bien recuerda a menudo Helge Tennø – conforme las organizaciones tradicionales crecen, las soluciones que les proporcionaron éxito se sacralizan y sus sistemas de información de negocio se organizan alrededor de ellas en lugar de seguir la nueva forma en que el cliente define su problema y el espacio de soluciones que emplea. Conocer bien ese mapa y proponer soluciones anticipatorias es una misión clave de la estrategia de clientes.

Construir nosotros mismos las condiciones para un futuro más favorable para el cliente nos facilita en mayor medida éxitos en nuestros movimientos.

A la mosca le da tiempo de decidir el camino de escape para no dirigirse justo hacia nuestra mano. A nosotros nos toca aprender a manejar nuestras limitaciones para percibir el problema, elaborar visiones de los futuros posibles y deseables para dirigirnos hacia ellos y contar con estrategias claras pero formas flexibles de ejecutarlas.

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